San Publicito: vida y milagros

Puntos suspensivos dorados

Queridos hermanos y hermanas, como cada último viernes de enero, celebramos el día de nuestro amadísimo San Publicito, patrón de la Publicidad.

Hoy, desde este humilde púlpito, vamos a venerar la figura de este santo y mártir y que tantas calamidades sufrió en vida y que vela por las almas de todos nosotros.

La llamada

Nacido en el seno de una familia humilde en el año 1872 de nuestro Señor, Publicito llevó una vida mundana en los primeros años de su vida, aunque desde muy joven, sintió la llamada de la creatividad. Según él mismo nos dejó en sus escritos, en sus momentos de soledad, la inspiración divina llegaba a él “como una tormenta de ideas” y pasaba horas y horas entre visiones, eslóganes y jingles.

El éxtasis

No fue hasta su adolescencia cuando, en una de esas iluminaciones, alcanzó el éxtasis y entendió que estaba destinado a ponerse al servicio de la publicidad, difundiendo el reino de las ideas y ayudando así a empresas y marcas a alcanzar a sus audiencias.

Decidió entonces que, para ordenarse como publicista, debía primero acudir a la reclusión y al estudio de la palabra y la imagen. Para ello, dejó su hogar y se marchó en busca de la mejor orden en la que aprender de esta profesión, donde pasó varios años encerrado en una oscura y angosta celda, compartiendo dependencias y penitencia con otros compañeros.

En este tiempo sufrió su primera crisis de fe, cuando era incapaz de hallar en los estudios aquello con lo que soñaba y sintiendo que era inútil todo aquel esfuerzo y que cada vez estaba más lejos del camino del ingenio. Aún a pesar de este sufrimiento, Publicito continuó hasta que terminó su formación y por fin, abandonó su encierro para salir al mundo laboral.

El martirio

Y es aquí donde comienza a sufrir el primero de sus calvarios, al entrar a formar parte como novicio en una pequeña agencia de publicidad. Pasaron unos años más en los que fue peregrinando entre agencias. Las eternas jornadas laborales lo dejaban totalmente exhausto, a lo que debemos sumar las inhumanas condiciones de miseria en las que se vió obligado a vivir. Pero todos sus sacrificios fueron compensados. Poco a poco, el reconocimiento de los suyos llegó y pronto pudo dar salida a todas sus ideas, realizando buenas campañas, con excelentes resultados.

Es en esta época y en una posición más próspera, cuando las fuerzas del mal comenzaron a acecharlo más insistentemente, intentando hacerlo caer en cada uno de los siete pecados capitales: la avaricia por conseguir más clientes, la envidia al ver a compañeros y agencias ganar más premios o conseguir mejores cuentas, la ira contra clientes por los cambios, la gula agravada por el estrés en épocas de entregas, la pereza cada mañana al madrugar para preparar una reunión, la lujuria hacia cuentas con más presupuesto y, sobre todo, el más peligroso de todos, la soberbia tras cada éxito.

Pero Publicito luchó y venció a estos demonios, convirtiéndolo en el ejemplo que es hoy para todos los publicistas del mundo que quieren llegar a la gloria de la Publicidad.

Canonización y milagros

La fecha de su canonización no está muy clara, aunque hay quien afirma que fue a principios de los 90 cuando, en la agencia entonces llamada Bassat Ogilvy & Mather, lo llevaron a los más altos altares. Desde entonces, se cuentan por millares los milagros que ha obrado San Publicito a todo aquel que se le ha encomendado. Mediante la devoción y la oración, nuestro santo ha conseguido, por ejemplo, miles de entregas a tiempo, cientos de leones de Cannes, incalculables gráficas con erratas detenidas un minuto antes de imprenta e innumerables selfies no publicados en lugar de stories en cuentas de clientes en Instagram.

Devoción

Sigue el ejemplo de San Publicito: trabaja cada día, entrégate al estudio y la investigación, confía en tus estrategias y en tus ideas, sé siempre honrado con tus clientes y generoso con tu competencia, predica la solidaridad entre compañeros y nunca, nunca, copies una idea.